martes, 9 de octubre de 2012

Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu






 

"Vivíamos en Estiria, en un castillo. No es que nuestra fortuna fuera principesca,
pero en aquel rincón del mundo era suficiente una pequeña renta anual para poder llevar una vida de gran señor. En cambio, en nuestro país y con nuestros recursos sólo habríamos podido llevar una existencia acomodada. Mi padre es inglés y yo, naturalmente, tengo un apellido inglés, pero nunca he visto Inglaterra.
Mi padre servía en el ejército austríaco. Cuando alcanzó la edad del retiro, con su
reducido patrimonio pudo adquirir aquella pequeña residencia feudal, rodeada de varias hectáreas de tierra.
No creo que exista nada más pintoresco y solitario. El castillo está situado sobre una
suave colina y domina un extenso bosque. Una carretera angosta y abandonada pasa pordelante de nuestro puente levadizo, que nunca he visto levantar: en su foso nadan
los cisnes entre las blancas corolas de los nenúfares.
Dominado este conjunto se levanta la amplia fachada del castillo con sus numerosas
ventanas, sus torres y su capilla gótica. Delante del castillo se extiende el pintoresco
bosque; a la derecha, la carretera discurre a lo largo de un puente gótico tendido sobre un torrente que serpentea a través del bosque.
He dicho que es un lugar muy solitario. Juzgad vosotros mismos si digo la vedad.
Mirando desde la puerta de entrada hacia la carretera, el bosque que rodea nuestro castillo se extiende quince millas a la derecha y doce a la izquierda. El pueblo habitado más próximo está en esa última dirección, a una distancia aproximada de siete millas.
El castillo más cercano y de cierta notoriedad histórica es del general Spieldorf, a
unas veinte millas a la derecha.
He dicho “el pueblo habitado más próximo”, porque al oeste, sólo a tres millas, en
    dirección al castillo del general Spieldorf, hay un pueblecito en ruinas con    su iglesia  gótica también en ruinas; allí están las tumbas, casi ocultas entre piedras y follaje,
de la orgullosa familia Karstein, extinguida hace tiempo. La familia Karstein poseía antaño   el desolado castillo, que desde la espesura del bosque domina las silenciosas ruinas del    pueblo.
Hay una leyenda que explica por qué fue abandonado por sus habitantes este
extraño y melancólico paraje. Pero ya hablaré de ella más adelante.
El número de habitantes de nuestro castillo era muy exiguo. Excluyendo a los
criados y a los habitantes de los edificios anexos, estábamos solamente mi padre, el hombre más simpático del mundo pero de edad bastante avanzada, y yo, que en la  época en queocurrieron los hechos que voy a narrar tenía solamente diecinueve años.
Mi padre y yo constituíamos toda la familia. Mi madre, de una familia noble de
Estiria, murió cuando yo era aún una niña. Sin embargo, tuve una inmejorable ama, la
señora Perrodon, de Berna. Era ka tercera persona en nuestra modesta mesa. La cuarta era la señorita Lafontaine, una dama en toda la extensión de la palabra, que ejercía las
funciones de institutriz, para completar mi educación.
Algunas muchachas amigas mías venían de vez en cuando al castillo y, algunas
veces, yo les devolvía la visita. Éstas eran nuestras habituales relaciones sociales.
Naturalmente, también recibíamos visitas imprevistas de “vecinos”. Por vecinos se
entienden a las personas que habitaban dentro de un radio de cuatro o cinco leguas.
Puedo aseguraros que, en general era una vida muy aislada.
El primer acontecimiento que me produjo una terrible impresión y que aún ahora
sigue grabado en mi mente, es al propio tiempo uno de los primeros sucesos de mi vida que puedo recordar.
La nursery, como la llamábamos, aunque era sólo para mí, estaba en una habitación
grandiosa del último piso del castillo, y tenía el techo inclinado, con molduras de madera decastaño. Tendría yo unos seis años cuando una noche, despertándome de  improviso, miré a mi alrededor y no vi a la camarera de servicio. Creí que estaba sola. No es que tuviera miedo... Pues era una de aquellas afortunadas niñas a quienes se ha evitado expresamente las historias de fantasmas y los cuentos de hadas, que vuelven a los niños temerosos ante una puerta que chirría o ante la sombra danzante que produce sobre la pared cercana la luz incierta de una vela que se extingue. Si me eché a llorar fue seguramente porque me sentí abandonada; pero, con gran sorpresa, vi al lado de mi cama un rostro bellísimo que me contemplaba con aire grave. Era una joven que estaba arrodillada y tenía sus manos bajo mi manta. La observé con una especie de placentero estupor, y cesé en mi lloriqueo. La joven me acarició, se echó en la cama a mi lado y me abrazó, sonriendo. De repente, me sentí calmada y contenta, y me dormí de nuevo.
De súbito, me desperté con la escalofriante sensación de que dos agujas me
atravesaban el pecho profunda y simultáneamente. Proferí un grito. La joven dio un salto hacia atrás, cayendo al suelo, y me pareció que se escondía debajo de la cama.
Por primera vez, sentí miedo y me puse a gritar con todas mis fuerzas. La niñera, la
camarera y el ama de llaves acudieron precipitadamente, pero cuando les conté lo que me había ocurrido estallaron en risas, a la vez que trataban de tranquilizarme. Aunque yo era una niña, recuerdo sus rostros pálidos y su angustia mal disimulada. Las vi buscar debajode la cama, por todos los rincones de la habitación, en el armario y oí a   mi ama susurrar a la niñera:
-¡Mira! Alguien se ha echado en la cama, junto a la niña aún está caliente.
Recuerdo que la camarera me acarició y que las tres mujeres examinaron mi pecho,
en el punto donde yo les dije que había sentido la punzada. Me aseguraron que no se veía ninguna señal.
El día siguiente lo pasé en un continuo estado de terror: no podía quedarme sola un
instante, ni siquiera a plena luz del día.
Recuerdo a mi padre junto a mi cama, hablándome en tono festivo, así como
preguntando a la niñera y riéndose de sus respuestas. Luego hacía muecas, me abrazaba y me aseguraba que todo había sido un sueño sin importancia.
Pero yo no estaba tranquila, porque sabía que la visita de aquella extraña criatura no
había sido un sueño.
He olvidado todos mis recuerdos anteriores a este acontecimiento, y muchos de los
posteriores, pero la escena que acabo de describir aparece vívida en mi mente como los
cuadros de una fantasmagoría surgiendo de la oscuridad."







Sin duda al hacer una cronología de la literatura fantástica se debe incluir  la obra de Joseph Sheridan Le Fanu, títulos como el Tío Silas y por sobre todo Carmilla que constituyen todo un ícono dentro de las novelas góticas y de terror.
Le Fanu nació en Dublín (Irlanda) el 28 de agosto de 1814, se crio dentro de una familia acomodada y debido a los continuos viajes de su padre por razones laborales (eran de religión protestante) el escritor terminó sus estudios en el año 1839 en el Trinity College de Dublín donde antes estudiara Charles Robert Maturin y más tarde lo hiciera Bram Stoker.
En desmedro de sus estudios de leyes, le Fanu comienzó una carrera literaria como colaborador de la " Dublin University Magazine " de la que llegó a ser director (1856-1869) y posteriormente dueño (1861-1869).
No fue  la Dublin Magazine la única revista en la cual publicó sus escritos, también lo hizo en la "Warden y Protestant Guardian" y en otros periódicos locales.
En 1843 contrajo matrimonio con Susana Bennett quien sería su única esposa, se mudó a Merrion Square en el mismo Dublín, ciudad que nunca abandonó.
Su primera novela se titula The Cock and Anchor y apareció en al año 1845.
En el año 1858 murió su esposa, lo que acentuó la inclinación misantrópica de sus últimos años, Le Fanu sintió una aversión hacia el mundo exterior, y se encerró en su hogar a escribir dejando de lado todo contacto con la sociedad,  por ese motivo lo llamaban el "Principe Invisible". Durante esta época escribió sus narraciones oscuras creyendo ser acosado por espíritus de ultratumba: "durante las horas de penumbra los poderes ocultos son más fuertes y las energías vitales son más débiles, quedando así abierta una puerta en el inconsciente por donde percibir la esencia del mal".
Finalmente recluído por decisión propia en su hogar, alejado del mundo exterior y en un estado de pesimismo general falleció el 7 de febrero de 1873 a los 58 años.






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