jueves, 3 de abril de 2014

Noel Duffy: Reykjavik









Reykjavik

Primero fue la palabra que escuché,
simplemente la palabra. La garganta se tensó
y la lengua, firme, para soltar la v intensa,
las ks entrecortadas. El retumbar de la r
en la cavidad de la boca hizo resonar  un paisaje
riguroso: Rey-k-ja-vik.

Luego había un lienzo gris que permaneció
vacío por días, colgado allí
en algún lugar de la mente, meciéndose
al  rasguido de esa palabra sincopada
(un mantra de cosas murmuradas).

Hoy es un mar gris, un cielo gris elevándose
sobre él, exhibiendo un intenso oleaje y desplome,
tosiendo una espuma blanca. De lo hondo
el dios-foca llega, llamando desde
su inframundo: nada en lo profundo, cruza
el océano, ¿de qué otra forma aprenderás a hablar?


Mi mundo es azul ahora que lo sigo.
Tramamos un rumbo lento debajo de los botes pesqueros,
silenciosamente evitando las redes que ellos arrastran.
Él me ha traído hasta la sala de espera
de mí mismo a través del corredor azul del océano.
Pero no debo engañarme, porque pronto
me pararé solitario sobre una playa glacial.


Las olas azotan las rocas. Me arrastro
entre la rompiente, me mezclo con los caracoles, las piedras
y  el trueno de las gaviotas llenando en mundo.
La luz salada quema mis ojos –los colores son desteñidos
y  metálicos acá. Un viento cortante lame mi piel.
Es un mensajero de la nieve –ven, ven.


Una ciudad se acuclilla no lejos de acá.


(Supongo que es una ciudad como todas las demás: gente
atareada en los comercios y calles, autos que circulan
en un fluir constante, conversación  que viaja
por  los mostradores de pubs y restaurantes-
Es la divisa de la sangre viva).


No busco esos consuelos esta mañana.
Es la violencia del génesis de las aguas
rompiendo el rojo desorden de la placenta, los primeros sonidos
confundidos con el amanecer débil. Comienzo a caminar.
A cada paso los años se disuelven. Me vuelvo a desnudar
capa por capa hasta que ya queda casi nada:
el esbozo  de un nido de  pájaro, las misteriosas
letras en el reverso de una piedra,
las sílabas de la luna barridas por el viento.
La palabra se vuelve a formar en mis labios. Reykjavik.

El lugar es nombrado. Retorno al lugar donde comencé.
Una ventana. Un escritorio. Un pedazo de papel y una lapicera.
La noche se ovilla sobre el cristal de la ventana.
Yo completamente solo en mi guarida.


Versión: Marina Kohon




Reykjavik


At first it was the word I heard,
simply the word. The throat tightened
and tongue taut, to spit out the sharp v,
the clipped k’s. The rumble of the r
in the cave of the mouth echoes a harsh
landscape: Rey-k-ja- vik.

Then there was a grey canvas that lay
empty for days, just hanging there
somewhere inside the mind, swaying
to the thrum of that syncopated word
(it a mumbled mantra of sorts).

Today it is a grey sea, a grey sky rising
from it, flexing a heavy swell and fall,
coughing up a white froth. From below
the seal-god comes, calling from
his underworld: swim deep, cross
the sea, how else will you learn to speak?

Blue is my world now that I follow him.
We weave a slow course beneath the fishing boats,
soundlessly dodging the nets they drag behind them.
He has brought me to the waiting room
of myself across the blue corridor of ocean.
But I must not be fooled, for soon
I will stand alone on a glacial shore.


The waves lash against the rocks. I crawl up
from the surf, scramble over the shells and stones
and the thunder of seagulls that fills the world.
The salty light burns my eyes- colours are washed
and metallic here. A sharp wind licks my skin.
It is a messenger of the snow- follow, follow.

A city squats not far from here.

(I suppose it is a city like all others: people
busy in the shops and streets, cars going past
in a steady flow, conversation shuttled
along the counters of restaurants and pubs-
it is the currency of the living blood.)


I do not seek such comforts this morning.
It is the violence of genesis I’m after: the waters
breaking, the mess of afterbirth, the first sounds
garbled out into the weak daybreak. I begin to walk.
With each step the years dissolve. I strip back self
layer by layer till there is little left:
this crawling in a bird’s nest, the mysterious
writings on the underside of a stone,
the windswept syllable of the moon.
The word forms again on my lips. Reykjavik.


The place is named. I return to where I began.
A window.  A desk.  A piece of paper and pen.
The night huddles against the pane,
I all alone in my hidden den.


Noel Duffy, On Light & Carbon, Ward Wood Publishing, 2013.



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